El sábado pasado, mi querido “santo” me llevó a cenar a un restaurante de diseño, en una ciudad perdida, para celebrar nuestro aniversario de novios (y van 12 años, ya). El hombre se tiró ahorrando 2 meses para pagar la cena y el hotel y tuvo que llamar del orden de 10 veces, hasta conseguir reserva en el restaurante tan de moda que os comento.
Yo me puse ideal-de-la-muerte, enfundada en un Moschino de saldo que tenía todavía sin estrenar en el armario, para no desmerecer en un entorno tan chic. Y él se vistió muy… vaya, que se vistió y punto. Que él, de marcas, no entiende nada.
Al entrar, todo me pareció muy cuidado. La luz, la música, los manteles. Daba gloria mirarlo todo. Te sentabas en la silla como con miedo, ocupando sólo un tercio del asiento y con la espalda bien estirada, no vaya a ser que se den cuenta que no estás en tu salsa. Daba miedo hasta hablar, por no pasar por verdulera. En fin. Estaba un poco tensa, pero con el vinito blanco se me fue pasando la congoja.
El menú, como nos explicó el del traje oscuro, iba a consistir en un (sic) “carrusel de aromas y texturas en combinación de degustaciones varias sobre tema aleatorio”.
¿Einnn? Mí no comprender. Me sentía como Toro Sentado en una Asamblea de la ONU. Bueno, bueno, pues que empiece el carrusel, que estoy que no puedo de la emoción.
Primer platillo: Gelée de ambrosía de ostra vietnamita sobre cama de perlas en angostura. Vamos, lo que viene siendo una ostra sin caparazón, colocada sobre una gelatina insípida y unas bolitas que parecían guisantes, pero que tampoco… Bueno, bueno, esperemos al siguiente, no nos vamos a bajar del carrusel tan pronto, que esto acaba de empezar.
Segundo platillo: Crème brûlée de trigueros al eneldo con reducción de sake agridulce. Traducido: crema de espárragos. Ahí es nada. Un humilde espárrago, hecho puré y colocado en un plato hondo con capacidad para 3 cocidos montañeses. Ponte a buscar la crema en esas condiciones, que entre lo que se pega al fondo, a las paredes del pozal y a la cuchara, creo que me llevé a los labios unos 4 mililitros de tan preciada crema.
Tercer platillo: Petit Salade de croquette aderezada con tomate cherry al aroma de Módena. Una croqueta, señores. ¡Una croqueta! Con un chorrillo de salsa de tomate por encima y una hojita de lombarda de acompañamiento. Para que no te empaches, que la noche es larga.
Cuarto platillo (y subiendo): Taco de txipirón-bebé en su jugo de tuétano sobre nido de arroz pilaf. Todavía estoy buscando al txipirón bebé. En mi plato, no estaba. Sólo fui capaz de encontrar un tentáculo del tamaño de un garbanzo escondido entre granos de arroz “Brillante”. Tampoco encontré el “taco” y doy gracias a Dios cada día por ello. Porque si lo pillo, le endilgo con él al del traje oscuro y le abro una brecha en toda la sien por la tomadura de pelo.
Quinto platillo: Cordero lechal desestructurado y descompuesto en su humus de boletus de Primavera. Lo habéis supuesto, ¿verdad? Ni cordero, ni lechal, ni boletus, ni (menos mal) humus, por ninguna parte. Sólo unas migajas resaladas de algo parecido a “pollo” sobre 3 láminas de champiñón crudo. Venga, dale al vino, que no les pienso dejar ni una gota y, además, si no me emborracho, le suelto una fresca al cocinero que la escuchan en la China.
Sexto (y último) platillo: Sopa de huevo de corral con helado de galleta danesa en textura modificada y cobertura de canela del Himalaya. ¡Coño! ¡Unas natillas Danone! ¡Menos mal que hemos dado con algo que llevarnos a la boca! Pena que sólo da para tres cucharadas. Me han sabido a poco…
Resumiendo: salimos del local, con cara de “efectivamente, nos han timao en toa la jeta”, sabiendo que habíamos cenado una croqueta y unas natillas por el módico precio de 180 euros per cápita. Llegamos al hotel y nos lanzamos como posesos hacia el mini-bar. Hubo que rifarse el Kit kat, las almendritas y la latilla de aceitunas, porque nos sonaban las tripas cosa mala y el ardor producido por las 2 botellas de vino no lo quitábamos ni con Almax.
Menudo aniversario. Eso sí, nos echamos unas risas y nos juramos no contarlo a nadie, porque nos iban a llamar panolis como mínimo… hasta que llegué al blog y se me cayó de la boca… A ver si mi “santo” no me lo tiene en cuenta, o me veo cenando el menú de “Casa Paco” el próximo aniversario, por bocazas…
Yo me puse ideal-de-la-muerte, enfundada en un Moschino de saldo que tenía todavía sin estrenar en el armario, para no desmerecer en un entorno tan chic. Y él se vistió muy… vaya, que se vistió y punto. Que él, de marcas, no entiende nada.
Al entrar, todo me pareció muy cuidado. La luz, la música, los manteles. Daba gloria mirarlo todo. Te sentabas en la silla como con miedo, ocupando sólo un tercio del asiento y con la espalda bien estirada, no vaya a ser que se den cuenta que no estás en tu salsa. Daba miedo hasta hablar, por no pasar por verdulera. En fin. Estaba un poco tensa, pero con el vinito blanco se me fue pasando la congoja.
El menú, como nos explicó el del traje oscuro, iba a consistir en un (sic) “carrusel de aromas y texturas en combinación de degustaciones varias sobre tema aleatorio”.
¿Einnn? Mí no comprender. Me sentía como Toro Sentado en una Asamblea de la ONU. Bueno, bueno, pues que empiece el carrusel, que estoy que no puedo de la emoción.
Primer platillo: Gelée de ambrosía de ostra vietnamita sobre cama de perlas en angostura. Vamos, lo que viene siendo una ostra sin caparazón, colocada sobre una gelatina insípida y unas bolitas que parecían guisantes, pero que tampoco… Bueno, bueno, esperemos al siguiente, no nos vamos a bajar del carrusel tan pronto, que esto acaba de empezar.
Segundo platillo: Crème brûlée de trigueros al eneldo con reducción de sake agridulce. Traducido: crema de espárragos. Ahí es nada. Un humilde espárrago, hecho puré y colocado en un plato hondo con capacidad para 3 cocidos montañeses. Ponte a buscar la crema en esas condiciones, que entre lo que se pega al fondo, a las paredes del pozal y a la cuchara, creo que me llevé a los labios unos 4 mililitros de tan preciada crema.
Tercer platillo: Petit Salade de croquette aderezada con tomate cherry al aroma de Módena. Una croqueta, señores. ¡Una croqueta! Con un chorrillo de salsa de tomate por encima y una hojita de lombarda de acompañamiento. Para que no te empaches, que la noche es larga.
Cuarto platillo (y subiendo): Taco de txipirón-bebé en su jugo de tuétano sobre nido de arroz pilaf. Todavía estoy buscando al txipirón bebé. En mi plato, no estaba. Sólo fui capaz de encontrar un tentáculo del tamaño de un garbanzo escondido entre granos de arroz “Brillante”. Tampoco encontré el “taco” y doy gracias a Dios cada día por ello. Porque si lo pillo, le endilgo con él al del traje oscuro y le abro una brecha en toda la sien por la tomadura de pelo.
Quinto platillo: Cordero lechal desestructurado y descompuesto en su humus de boletus de Primavera. Lo habéis supuesto, ¿verdad? Ni cordero, ni lechal, ni boletus, ni (menos mal) humus, por ninguna parte. Sólo unas migajas resaladas de algo parecido a “pollo” sobre 3 láminas de champiñón crudo. Venga, dale al vino, que no les pienso dejar ni una gota y, además, si no me emborracho, le suelto una fresca al cocinero que la escuchan en la China.
Sexto (y último) platillo: Sopa de huevo de corral con helado de galleta danesa en textura modificada y cobertura de canela del Himalaya. ¡Coño! ¡Unas natillas Danone! ¡Menos mal que hemos dado con algo que llevarnos a la boca! Pena que sólo da para tres cucharadas. Me han sabido a poco…
Resumiendo: salimos del local, con cara de “efectivamente, nos han timao en toa la jeta”, sabiendo que habíamos cenado una croqueta y unas natillas por el módico precio de 180 euros per cápita. Llegamos al hotel y nos lanzamos como posesos hacia el mini-bar. Hubo que rifarse el Kit kat, las almendritas y la latilla de aceitunas, porque nos sonaban las tripas cosa mala y el ardor producido por las 2 botellas de vino no lo quitábamos ni con Almax.
Menudo aniversario. Eso sí, nos echamos unas risas y nos juramos no contarlo a nadie, porque nos iban a llamar panolis como mínimo… hasta que llegué al blog y se me cayó de la boca… A ver si mi “santo” no me lo tiene en cuenta, o me veo cenando el menú de “Casa Paco” el próximo aniversario, por bocazas…
10 comentarios:
Felicidades por el aniversario, por el buen humor y por la aventura gastronómica.
Un placer descubirte, un blog muy interesante :)
Jaja! Muy bueno :D
Yo fui hace poco a uno de esos y los nombres eran igual de chungos, aunque al menos nos nos quedamos con hambre.
Feliz aniversario!
jajajaja que buenooooo.....
oye,tu santo te lleva a celebrar vuestro aniversario de novios??? envidia cochinaaaaaaa... el mio no creo que recuerde ni la fecha... hay que ver que suerte...
Feliz Aniversario !!!!
jajajaja, es cierto en la mayoría de esos sitios es mas grande el "titulo del plato" que lo que en verdad contienen. Yo creo que pagas la mano de obra del decorador.
Y por otro lado, feliz aniversario, si tras doce años de novios te regala esas cositas, estás de enhorabuena.
Saludos
Puede sonar a cachondeo, pero pasó de verdad.
Mi "santo" quería pasarse por el McDonald's al salir, pero finalmente, lo solucionamos con las almendritas y la chocolatina del mini-bar.
¡Qué timo, madre, qué timooo!!!
Saludos a todos y gracias por participar!
Jajajaaaaaaaaa, me parto. Hija, es que ya se sabe que esos sitios son solo para decir que has ido, que antes hay que comerse un buen bocadillo o te pasas la noche sintiendo crujir las tripas. Ay, ay, que hay que explicarlo todo.
Yo sinceraamente creo que después del esfuerzo que hizo tu santo.... bien podrías regalarle un pantalón con camisa de Loewe, Armani, Carolina Herrera o similar.. para que la próxima vez fuera en consonancia con tu Moschino.... Donde estén unos buenos percebes del Cantabrico con un buen albariño o una buena sidra astur... Besis
Palabras de Santo.
Amén, hermano.
Tiene gracia, después de que ha pasado. Con lo bien que se cena baratito y que te llena.
Me ha gustado encontrar tu blog.
Jajajajajaja! En ese tipo de restaurantes tiene más mérito (y más trabajo) el tipo que pone los nombres a los platos, que el que los cocina! :P
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