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sábado, 4 de junio de 2011

Tomadura de pelo

Me suena el teléfono un sábado cualquiera, a eso de las 8 de la tarde, y escucho al otro lado de la línea aspavientos angustiosos y unos gritos alarmantes de Paqui, que no sabe ni cómo explicarse.

- ¿Puedes venir a mi casa ahora mismo?- me parece entenderle.
- ¿Ahora mismo? ¿No puede ser en un ratito, que estaba a punto de empezar a prepararme para la cena de chicas? Porque te recuerdo que hemos quedado a las nueve y media, ¿eh?
- No. Tiene que ser ahora. Es urgente. No me hagas explicarte nada, porque tienes que verlo tú misma. Tráete las planchas y tus potingues, que nos arreglamos juntas y salimos desde mi casa hacia el restaurante. ¡Ya!

Y me cuelga.
Como la conozco de sobra y no me va a dejar vivir si llego 5 minutos más tarde de lo calculado por su mente taquicárdica, meto todas mis cosas en una bolsa del Carrefour, me despido de mi santo y los niños y me lanzo a la calle como alma que lleva el diablo.

Lo que me encuentro en el umbral de su puerta no lo he visto en mi vida.
Y mira que tengo mundo, ¿eh? Que he visto incluso a una tribu del Amazonas haciendo virguerías con sus taparrabos raquíticos y sus genitales desbocados (no preguntéis, que es peor), pero esto lo supera con creces.

Así, a bote pronto, yo diría que Paqui se ha convertido en un unicornio.
Por decir algo…
Tiene un extraño cuerno suspendido sobre la frente y orientado hacia el techo.
Como un mástil, pero sin bandera.
Acojonante

Me acerco un poco (con miedo, no os voy a mentir) y me fijo bien, hasta que me percato de que es un cepillo redondo anudado a su flequillo. Pero no “anudado” de forma simple, como quien no quiere la cosa, no… podría jurar que una familia de gnomos histéricos se ha dedicado a trenzar con sus manitas los pelos de mi amiga alrededor del cerdamen, en un nudo imposible de soltar. Vamos, que le das con Loctite y no lo fijas tanto.

- No me sale- suelta mi amiga sin torcer el gesto.
- Ya, ya… ¿Y qué es exactamente lo que te proponías, Paqui? Por concretar, namás…- le exijo yo, aturdida por semejante maraña capilar.
- Pues nada, alisarme el flequillo. Pero es que este cepillo debe de ser malísimo; me ha dejado todas las hebras enganchadas y ni palante ni patrás- dice convencida de que voy a sacar la varita mágica de las peluqueras.
- Paqui, sabes que yo con las manos no soy nada buena, ¿verdad?
- ¡Pues me da igual, lo haces con los pies, con los dientes, o con lo que te salga del nardo, pero suéltame de este cepillo, porque llevo una hora dándole vueltas y me estoy empezando a agobiar!-me grita acongojada.
- A ver, no entres en barrena, que así no llegamos a nada. Dime dónde guardas el suavizante, que eso suele ser mano de santo. A mi prima Maruja le sacamos el anillo de la Comunión veinte años (y cuarenta kilos) después, gracias al Vernel.

Pues tampoco.
La frente de Paqui (ya colorada, a estas alturas del cuento) se ha convertido en un engrudo de mascarilla “especial pelos castigados”, aceite de oliva virgen “de primera presión en frío” y Mimosín “concentrado para 72 cacitos, al aroma de Marsella”.

Pero nada, oye.
Que no hay tu tía.
Aquello no sale ni tirando, ni desmembrando, ni soplando, ni nada que se nos ocurra.
Van a dar las 9 y nosotras hechas un cisco.

- Paqui, siento decir esto, pero sólo nos queda una opción…
- No la digas.
- Es que no podemos quedarnos aquí eternamente. Hay que tomar decisiones. Y hay que tomarlas ya.
- Que te digo que ni lo pronuncies. Actúa y punto.
- ¿Sabes de qué estoy hablando, verdad? Es que no quiero que luego me abofetees por no haber concretado los detalles…
- ¡Que sí, leches, que lo hagas y te calles!- chilla la pobre, mientras sus deditos temblorosos me alcanzan las tijeritas de las uñas.
- Vale, vale, pues cierra los ojos…

Menudo tajo.
Le ha quedado un flequillito del mismo largo que el del cepillo de dientes.
Y yo no sé cómo consolarla…

- ¿Quieres que te pase las planchas? Si lo estiramos bien, quizá parezca más largo- me ofrezco, dispuesta a "recibir" hasta en el paladar.
- ¿Las planchas? ¡Sólo me faltaba eso! ¡Que se me queme la poca pelusilla que me ha quedado ahí arriba! Deja, deja…
- No te preocupes, que si te miran desde… desde… (voy girando a su alrededor como un trompo, buscando el ángulo perfecto)… ¡desde aquí!
- ¿Qué insinúas? ¿Que si me miran desde el techo no lo van a notar?- me pregunta con sorna.
- ¡Exacto!- le grito yo desde lo alto del escritorio. ¡Con la inclinación adecuada, parece un flequillo normal! El truco está en quedarnos en las zonas más bajas del bar o, en el peor de los casos, agachar mucho la cabeza.
- Ya. Comodísimo esto que propones… En fin, creo que me voy a poner una cinta que tape todo el frontal y me olvido del tema.
- Eso, o una peluca, que ahora se llevan mucho. Mira Naomi, que está medio calva y se tapa el claraboyo con pelo de muñeca…
- ¿La Campbell?
- Sí, la misma. Le nace el pelo a media cabeza. ¿No te habías dado cuenta?
- Pues no, la verdad. Pensaba que esa melena que se gasta era suya.
- Y lo es. Dudo que le haya costado menos de mil pavos, así que suya es…
- No tengo ni peluca ni mil leuros para tirar, así que "cinta" se ha dicho.
- Sea cinta, entonces.

Y la cinta se hizo.
Y vio Paqui que no se acababa el mundo.
Y, al final, llegamos a tiempo a la cena, que no fue ni la mitad de divertida que los prolegómenos, por cierto.
Y nadie dijo nada (nos ha jodido, con el careto de asesina-en-serie que les puse nada más llegar al local, cualquiera se aventura).
Y Paqui no volvió a llevar flequillo, porque no se fía “de los cepillos homicidas ni de las amigas manospiés”. Palabritas textuales.

No, si lo que no me pase a mí con el pelo...

Vamos, que nada nuevo bajo el sol…

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