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jueves, 26 de mayo de 2011

Le llamaban Anquetil


Con la llegada de la primavera y el calor, mi ciudad se convierte en un circuito.
Los ciclistas toman las calles y, soñando con ganar la maglia rosa, se permiten trayectos complicados y pedaladas imposibles a su edad.
Y así les va.

Voy tan campante por mi ruta habitual, pensando en mis musarañas (que para eso son mías) y hablando con mis adentros (que son los que mejor me comprenden), cuando me adelanta un hombre impecable a lomos de una BH.

Y digo “impecable” porque lo es. A ojos de cualquiera.
O, mejor dicho, lo era.

Luce una americana entallada, de esas que sólo se ven en las revistas de moda, unos pantalones de pinza estrechos (ideales para montar en bici) y unos zapatos de cordones en tono “caramelo” que le hacen juego-perfecto con el cinturón de piel que me parece vislumbrar bajo una camisa planchada con tiralíneas.
Vamos, un auténtico figurín.

Y no es que yo me fije, ¿eh?
Es, simplemente, que me habría llamado menos la atención el mismísimo Carlos de Inglaterra subido a una Orbea.
A este, al menos, no le aletean las orejas…

Le noto un pedaleo inseguro. No se debe de notar cómodo a bordo de semejante potro metálico- pienso por lo bajinis- porque zigzaguea en exceso y no le veo soltura en las muñecas.

Hasta que me percato de las dos señoras que, desconocedoras del trance que les depara el destino, se toman tranquilamente un bitterkas y una salobreña al solecito, en una terraza a mitad de calle.

En ese momento preciso, el hombre del traje exquisito comienza una serie de movimientos catatónicos de izquierda a derecha y de arriba abajo, tendentes a evitar a las viejas y a salvar, al menos, las perneras del pantalón, que deben de valer un pico...
Pero qué va. No lo logra ni de broma.

Tanto esfuerzo culmina con sus huesos entre el macetero recién puesto por el Ayuntamiento (ay, si esos maceteros hablaran, Ángela María… suerte que son mudos) y la alcantarilla.
La bici dudo que pueda servir ni de paragüero.
Y el hombre no se mueve (yo creo) por miedo a que le pregunten si es que está borracho.

A todo esto, las señoras no se han coscado de nada.

Sólo al ver a la gente corriendo hacia el accidentado se percatan de que hay un hombre en el suelo, abrazado a una rueda pinchada y con una pierna en una postura no sólo antiestética, sino fisiológicamente imposible.

- Hay que ver, MariPaz, la juventud de hoy día, cómo anda de mal… ¡van como locos con sus bicis!
- Y tanto, JuanaMari, y tanto…
- Cualquier día nos matan en un descuido.

Si ellas supiesen que hoy casi catan el paraíso por “un descuido”…

El caso es que este hombre de joven tiene bien poco.
Yo le echo unos… ¿45? No sabría decir bien… con los chorretes de sangre que le caen por las mejillas y el gesto de dolor, no se puede saber a ciencia cierta. Pero no es un jovencillo, eso está claro, porque un chavalillo no tiene pasta para el conjunto que me lleva este paisa. Que de otra cosa no sabré, pero de ropa… ¡no se me escapa un detalle!

Le levantan como pueden del suelo y un señor le pregunta si está bien, o si necesita que llamemos a una ambulancia. Pero él ni pestañea.
Creo que está muerto de vergüenza.
Sólo repite sin cesar: mis gafas, mis gafas, quiero mis gafas...

- No, no lleva usted las gafas puestas, caballero- le dice el que le sujeta por los sobacos.
- Pues por el suelo tampoco se ven, aunque vaya usted a saber, entre tanto tubo roto…- afirma una señora con cara de pocos amigos.
- Eh… las tiene ahí… ahí mismito…- le indico yo, señalándole la entrepierna.

Y es que, por completar el bochorno, las Rayban Aviator de espejo (ideales de la muerte) se le han hecho un ocho y han quedado anudadas a la hebilla del cinturón.

Entonces, sin previo aviso y dejándonos a todos boquiabiertos, el pobre desgraciado rompe a reír.
Estentóreamente.
Histriónicamente.
Podríamos decir que parece un aborigen en plena danza de la lluvia, con los brazos abiertos hacia el cielo y dando pequeños botes sobre una sola pierna (la otra la tiene pal arrastre).

En esta mañana de Mayo, el tiempo se para.
Los pájaros enmudecen y no se oye zumbar ni a una mosca.

Sólo se escucha a un dandy desastrado, sucio y enajenado, que grita al viento…

- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Mierdaaaaaaaaaaa-a-a-a-aaaaaaa!!!!!!!!!

5 comentarios:

AM Editorial dijo...

Pufff... pobre hombre. Seguro que hay cascos y rodilleras/coderas superfashion carísimas para los ejecutivos "ecologistas" guays.

¿Qué le dolería más? ¿El golpe o el estropicio de copyrights?

Un abrazo!

Babunita dijo...

Pena de traje...

llamameloca dijo...

Ay! Si es que esto de caerse en público...
A mi ya no me quitan el "Sanbenito" del día "me lancé al suelo en plancha", tratando de pasar debajo de una ventana para que no me viesen desde dentro... Total, solo estaba en la Plaza del pueblo.
Esas cosas marcan...

ODRY dijo...

Nena a mi me pasaría lo mismito, por eso uso el transporte público, es ecologico también o al menos eso nos venden en los anuncio del metro, je je je

Un besazo.

Kobal dijo...

Es que las bicicletas son muy peligrosas y hay que ir bien equipado para montarse en una.

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