¡Qué bien! ¡Qué ilusión más grande!
Me han sentado en la cena de Navidad en el lugar privilegiado por antonomasia: entre el jubilata con halitosis y la secretaria sesentona.
Santa paciencia, la mía.
Resulta que esta gente empezó a trabajar en la compañía cuando todavía se mecanografiaba (me lo han contado con pelos y señales, creedme) y su vara de medir es la de las pulsaciones dactilares que alcanzaba cada uno en sus años mozos. Vamos, como si yo ahora mismo me chuleara ante la concurrencia por ser capaz de darle al ratón 1.500 veces por minuto sin acabar con esguince de falange.
Hay que ser simple…
Pues ahí me veis: escuchando extenuada las batallitas a pleno pulmón de estos dos (porque, para más señas, el hombre lleva un sonotone en la oreja izquierda del tamaño aproximado de Andorra), viendo a la vez cómo los compañeros de mi quinta, en el otro extremo de la mesa, canturreaban obscenidades y se bebían el cava a morro.
¿Por qué seré siempre la gafe?
El buenorro del despacho de al lado me hacía señas para que me acercara a la “esquina del pecado”, pero cada vez que hacía el amago de levantarme con cualquier excusa (he llegado a dejar el orgullo a un lado asegurando que algo me había sentado mal y tenía que correr al baño), Don Francisco me agarraba del bracete y me soltaba alguna anécdota de su amplio repertorio:
- ¿A que no sabes con qué sumábamos los importes en nuestras épocas, eh, ehhh???
- Hmmmm…. ¿con un ábaco? – arriesgaba yo toda aventurera…
- ¡Noooo! ¡Qué salada la niña! Con un ábaco, dice… ¡Con una calculadora con manivela!
- ¡Aaah!, claro, claro… como las que salen en las pelis en blanco y negro, ya sé…
- ¿Y a que no sabes con qué sacábamos punta al lápiz Staedtler?
- Con… con… ¿con una navaja muy afilada?- cosa más antigua no puede haber, pensaba yo para mis adentros…
- ¡Qué va! ¡Con un sacapuntas con manivela!
- ¡Anda! ¡Qué cosas, eh?- a ver si este tío me suelta el brazo, que se me va a empezar a gangrenar…
- ¿Y los archivadores? ¿Sabes cómo eran los archivadores, niña?
- Pues…. supongo que muy grandes, ¿es así?- ¿se me habrá quedado puesta la cara de interés? ¡Si lo que me está contando me importa una mierda!
- Grandes no… ¡enormes! ¡Del tamaño de una habitación! ¡Teníamos que abrirlos con una manivela!
- Ya, ya… déjeme salir de aquí un momento, que no me gustaría vomitarle la sopa de menudillo encima, que me noto como rara y…- menuda curda se están agarrando los de enfrente. Y yo, a verlas venir… el año que viene, me vengo una hora antes para pillar sitio, que parezco nueva, cagüentólocagable…
- … ¡Espera! Una última preguntita…
- Déjelo, déjelo, ya se la contesto yo: lo-que-sea, pero con manivela…. ¿he acertado?
Don Francisco y Doña Graciela se han quedado tan desconcertados que la confusión me ha venido de fábula para escapar al fondo-sur y soltarme la melena. Ha sido mi noche. ¡Qué despiporre! Mejor tarde que nunca…
Sin embargo, cada vez que miraba hacia la franja de Gaza, tres pares de ojos se clavaban en mi retina y me lanzaban rayos ultra gamma. Eran los del jubilata, la secre y el pobre becario, a quien, volviendo del baño, en un despiste tonto y sin igual, no se le ocurrió mejor cosa que dar respuesta a una pregunta lanzada al aire por Don Francisco, cayendo así bajo el influjo de los abuelos cebolleta y teniendo que aguantar sus efluvios y delirios.
Pobre novato…
Si ya decía el refrán que el que no sabe es como el que no ve.
Y el becario, además de tonto, está cegato…
Me han sentado en la cena de Navidad en el lugar privilegiado por antonomasia: entre el jubilata con halitosis y la secretaria sesentona.
Santa paciencia, la mía.
Resulta que esta gente empezó a trabajar en la compañía cuando todavía se mecanografiaba (me lo han contado con pelos y señales, creedme) y su vara de medir es la de las pulsaciones dactilares que alcanzaba cada uno en sus años mozos. Vamos, como si yo ahora mismo me chuleara ante la concurrencia por ser capaz de darle al ratón 1.500 veces por minuto sin acabar con esguince de falange.
Hay que ser simple…
Pues ahí me veis: escuchando extenuada las batallitas a pleno pulmón de estos dos (porque, para más señas, el hombre lleva un sonotone en la oreja izquierda del tamaño aproximado de Andorra), viendo a la vez cómo los compañeros de mi quinta, en el otro extremo de la mesa, canturreaban obscenidades y se bebían el cava a morro.
¿Por qué seré siempre la gafe?
El buenorro del despacho de al lado me hacía señas para que me acercara a la “esquina del pecado”, pero cada vez que hacía el amago de levantarme con cualquier excusa (he llegado a dejar el orgullo a un lado asegurando que algo me había sentado mal y tenía que correr al baño), Don Francisco me agarraba del bracete y me soltaba alguna anécdota de su amplio repertorio:
- ¿A que no sabes con qué sumábamos los importes en nuestras épocas, eh, ehhh???
- Hmmmm…. ¿con un ábaco? – arriesgaba yo toda aventurera…
- ¡Noooo! ¡Qué salada la niña! Con un ábaco, dice… ¡Con una calculadora con manivela!
- ¡Aaah!, claro, claro… como las que salen en las pelis en blanco y negro, ya sé…
- ¿Y a que no sabes con qué sacábamos punta al lápiz Staedtler?
- Con… con… ¿con una navaja muy afilada?- cosa más antigua no puede haber, pensaba yo para mis adentros…
- ¡Qué va! ¡Con un sacapuntas con manivela!
- ¡Anda! ¡Qué cosas, eh?- a ver si este tío me suelta el brazo, que se me va a empezar a gangrenar…
- ¿Y los archivadores? ¿Sabes cómo eran los archivadores, niña?
- Pues…. supongo que muy grandes, ¿es así?- ¿se me habrá quedado puesta la cara de interés? ¡Si lo que me está contando me importa una mierda!
- Grandes no… ¡enormes! ¡Del tamaño de una habitación! ¡Teníamos que abrirlos con una manivela!
- Ya, ya… déjeme salir de aquí un momento, que no me gustaría vomitarle la sopa de menudillo encima, que me noto como rara y…- menuda curda se están agarrando los de enfrente. Y yo, a verlas venir… el año que viene, me vengo una hora antes para pillar sitio, que parezco nueva, cagüentólocagable…
- … ¡Espera! Una última preguntita…
- Déjelo, déjelo, ya se la contesto yo: lo-que-sea, pero con manivela…. ¿he acertado?
Don Francisco y Doña Graciela se han quedado tan desconcertados que la confusión me ha venido de fábula para escapar al fondo-sur y soltarme la melena. Ha sido mi noche. ¡Qué despiporre! Mejor tarde que nunca…
Sin embargo, cada vez que miraba hacia la franja de Gaza, tres pares de ojos se clavaban en mi retina y me lanzaban rayos ultra gamma. Eran los del jubilata, la secre y el pobre becario, a quien, volviendo del baño, en un despiste tonto y sin igual, no se le ocurrió mejor cosa que dar respuesta a una pregunta lanzada al aire por Don Francisco, cayendo así bajo el influjo de los abuelos cebolleta y teniendo que aguantar sus efluvios y delirios.
Pobre novato…
Si ya decía el refrán que el que no sabe es como el que no ve.
Y el becario, además de tonto, está cegato…
9 comentarios:
jajajaja, en nuestra empresa son todo gente joven, pero vamos, yo no voy ni de coña, primero xq no invita la empresa y 2º porque no `puedo con la hipocresia de la gente.
Pobre becario tenías que haberle avisado, jaja.
un besito
Ay esos carcas del curro, contándonos anécdotas que nos importan una mierda desde tiempos inmemorables..lo peor...que nosotros seremos así algún día
q susto me he llevao! creí que mi abuelo habia resucitado.... porq hija,ese carca de tu curro es como mi abuelo,a todo le ponia una manivela de coletilla !
Jodo !!... suerte no ser de la quinta de estos "amigüitos" tuyos del pleistoceno... Todo el p.. dia dandole que te pego a la manibela.. JA JA JA !!
Genial el relato, Esthertxu,... vamos, COMO SIEMPRE !!! ;)
Nena, que panza a reir, eso nos lo tienes que gravar en video por dios o en su defecto invitarnos a la proxima.
Un besazo.
A la próxima me pido ir para ver tu careto con los jubilatas....como me haces reir siempre
Yo este año me he librado de la cena de empresa... pero el miércoles tengo comida con los compis de oficina; uff, menos mal que somos pocos y conocidos... Je, je, je!
Pobre hombre, el intentando darte un rayito de su bagaje profesional y tu pensando en buenorros y beber a morro. Que desfachatez, eso no es de ser una persona educada.
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