Hay gente que se queja de que, en los últimos tiempos, todo el mundo se besa para saludarse. O que para firmar cualquier e-mail (ya sea al del Banco o a tu amiga la depresiva) se tira del “besitosss fuertesss” con demasiada soltura.
Algunos, dolidos en su hombría, incluso me han llegado a decir que “los tíos no se besan, eso es una moda de los gays”. Hay que ser obtuso.
Yo beso a todo el mundo. Entre otras cosas, por la cantinela de mi madre, que desde bien pequeñita me aleccionaba: “Hoy, vamos a ver a la tía Teodora, haz el favor de darle dos besos, ehhh?”. Y yo, obediente que era, me acercaba con más asco que vergüenza, a darle un beso a la verruga de mi tía Teodora, que tenía vida propia y me miraba como diciendo por lo bajinis…“ven, bonica, ven, que no contagio”… Yo, cerraba los ojitos y, hala, besote a la verruga que te arreo. Por eso, ahora, no tengo reparos en besar a cualquiera. Entiéndase bien: a cualquiera no. Al que toque en ese momento, es decir, a mis padres, hermanos, tíos, primos, amigos, compañeros, al del gas, al del estanco, al de la panadería (es que no veas cómo está), al del bar, etc… No le hago ascos a nadie. No me tengo por tiquismiquis en ese sentido. Soy de las que piensan que todo el mundo necesita un beso.
El problema viene cuando te presentan a alguien. Vas tú, toda dispuesta a plantarle tus ósculos (cómo suena eso, eh?) y el pavo, retraído él, estira la mano hacia ti a la vez que encoge el cuello como hacia atrás. Sabéis lo que quiero decir, no? Como los egipcios? Pues eso.
Tú te quedas toda pillada, sin saber muy bien qué cara poner, reculando, con la mano mantequillosa aprisionada por la del fulano porque no te ha dado tiempo a preparar el movimiento y, claro, te ha cogido con el cuello a medio camino, adelantado más o menos palmo y medio, como si le fueras a contar una confidencia pero te lo has pensado mejor… Esperpéntico. A ver qué necesidad tenía el tío de humillarte de ese modo tan grosero. Y a ver quién es capaz de mantener una conversación fluida después de eso, que tu cabeza no hace más que pensar… “será gili??? Pues no me ha dejado como mendigando un beso el caraculo este??? Tendré un moco pegao al moflete y no me he dado cuenta??”
En mi casa, a ese tipo de gente siempre se les ha llamado estirados. Para qué disimular. Los modernos llaman a su movimiento del cuello “hacer la cobra”, porque no hay que explicarse mucho. Todo el mundo se los imagina con la cara horrorizada, mirándote con espanto y echándose hacia atrás de forma brusca. Parecido a lo que les ocurre a los beodos en los bares cuando se acercan demasiado al de al lado, o a los tíos-pulpo cuando se creen que han ligado en la disco y nada más lejos de la realidad… a todos ellos les hacen la cobra. Aunque en esos casos tiene sentido. Se la han jugado y han perdido.
Pero que me presenten a la compi de trabajo de una amiga y me haga a mí la cobra no es de recibo. No, no y no! Eso tiene un nombre: estirada de mierda. A estas alturas del cuento, para qué andar con eufemismos…
Algunos, dolidos en su hombría, incluso me han llegado a decir que “los tíos no se besan, eso es una moda de los gays”. Hay que ser obtuso.
Yo beso a todo el mundo. Entre otras cosas, por la cantinela de mi madre, que desde bien pequeñita me aleccionaba: “Hoy, vamos a ver a la tía Teodora, haz el favor de darle dos besos, ehhh?”. Y yo, obediente que era, me acercaba con más asco que vergüenza, a darle un beso a la verruga de mi tía Teodora, que tenía vida propia y me miraba como diciendo por lo bajinis…“ven, bonica, ven, que no contagio”… Yo, cerraba los ojitos y, hala, besote a la verruga que te arreo. Por eso, ahora, no tengo reparos en besar a cualquiera. Entiéndase bien: a cualquiera no. Al que toque en ese momento, es decir, a mis padres, hermanos, tíos, primos, amigos, compañeros, al del gas, al del estanco, al de la panadería (es que no veas cómo está), al del bar, etc… No le hago ascos a nadie. No me tengo por tiquismiquis en ese sentido. Soy de las que piensan que todo el mundo necesita un beso.
El problema viene cuando te presentan a alguien. Vas tú, toda dispuesta a plantarle tus ósculos (cómo suena eso, eh?) y el pavo, retraído él, estira la mano hacia ti a la vez que encoge el cuello como hacia atrás. Sabéis lo que quiero decir, no? Como los egipcios? Pues eso.
Tú te quedas toda pillada, sin saber muy bien qué cara poner, reculando, con la mano mantequillosa aprisionada por la del fulano porque no te ha dado tiempo a preparar el movimiento y, claro, te ha cogido con el cuello a medio camino, adelantado más o menos palmo y medio, como si le fueras a contar una confidencia pero te lo has pensado mejor… Esperpéntico. A ver qué necesidad tenía el tío de humillarte de ese modo tan grosero. Y a ver quién es capaz de mantener una conversación fluida después de eso, que tu cabeza no hace más que pensar… “será gili??? Pues no me ha dejado como mendigando un beso el caraculo este??? Tendré un moco pegao al moflete y no me he dado cuenta??”
En mi casa, a ese tipo de gente siempre se les ha llamado estirados. Para qué disimular. Los modernos llaman a su movimiento del cuello “hacer la cobra”, porque no hay que explicarse mucho. Todo el mundo se los imagina con la cara horrorizada, mirándote con espanto y echándose hacia atrás de forma brusca. Parecido a lo que les ocurre a los beodos en los bares cuando se acercan demasiado al de al lado, o a los tíos-pulpo cuando se creen que han ligado en la disco y nada más lejos de la realidad… a todos ellos les hacen la cobra. Aunque en esos casos tiene sentido. Se la han jugado y han perdido.
Pero que me presenten a la compi de trabajo de una amiga y me haga a mí la cobra no es de recibo. No, no y no! Eso tiene un nombre: estirada de mierda. A estas alturas del cuento, para qué andar con eufemismos…
3 comentarios:
Aplauso solidario...tb me lo han hecho...solo que me ha dado mas "corte" a mi que a ellos... ESTIRADOS DE MIERDA ...
plas plas plas
Fijo que los avergonzados fueron ellos, aunque no lo demostraran....
A mí también me han hecho la cobra en alguna ocasión. Es momento "tierra trágame"...
Saludos!
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