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jueves, 15 de abril de 2010

La importancia de una letrita...


Cómo cambia el cuento cuando confundes una letrita (sólo una) y la lías parda. ¡Es que te puede cambiar la vida y todo!

Mi amiga Eva, por ejemplo, se ha convertido en insulino-dependiente por leer mal el papelito del endocrino. Ella estaba convencida de que el buen doctor le había prescrito el azúcar en su dieta hipocalórica. A mí ya me sonó raro cuando me lo contó, pero como ella se comía las palmeras de chocolate de dos en dos sin respirar y aquello no parecía hacerle mal, pues yo calladita. Ahora resulta que lo que ponía en el papel era que el azúcar estaba proscrita de su dieta. Y Eva sólo llora desconsolada cada vez que alguien comenta lo mal que escriben los médicos. Esa letra le ha destrozado la vida. Y las meriendas, claro. Con lo que le gustaba a ella mojar los bizcochos en el Cola-Cao…

Otras veces, cambias un par de letras y no se entera nadie. O, por lo menos, yo no veo que traiga consecuencias tan dramáticas. Ayer mismo, sin ir más lejos, escuché a la Esteban decir en la tele que la Campanario era más fea que el jorobado de Rotterdam. Y nadie dijo nada. Ni la han despedido, ni la han corregido, ni han cambiado los libros de Literatura en los colegios, ni nada. Esta tía nos ha puesto al jorobado en otro sitio y ni ha pestañeado. A partir de ahora, ya podremos decir que “andas más despistado que el jorobado paseando por Rotterdam”. Y todo gracias a la Esteban, que tiene el dudoso don de cambiar la gramática y la ortografía a golpe de lengua sin consecuencias.

La de veces que he oído eso de “tú tienes perjuicios”, cuando alguien se refiere a las diversas razas o etnias. No, maja, perjuicios no. Perjudicada es como acabas el sábado a las 7 de la mañana, con la falda arremangá luciendo la pantorrilla. Si lo que te pasa es que desconfías del portero rumano que han puesto en tu comunidad de vecinos para vigilar los buzones, tienes prejuicios. No confundamos al personal. Que parece que todo vale y, de eso, nada.

El niño de mi vecina tiene actitudes (según ella) musicales. No sé si es que el chaval imita a Mick Jagger sacando la lengua hasta el cuello o es que la madre no lo ha pronunciado bien y lo que quería decirme es que las aptitudes musicales se le ven al bebé a la legua. En estos casos, yo sólo pongo boca de “¡mira tú qué cosas!” y cabeceo de arriba abajo. Para qué corregir a la peña, si luego quedas como una pedante de tomo y lomo.

Sólo corrijo cuando la cosa me parece escandalosa y la persona es de mi entera confianza.

A Paqui, por ejemplo, le tuve que decir que era imposible que en las clases de yoga inspiraran y expiraran profundamente y sin cesar. A ver, una vez que expiras, ya puede ponerse bruta la profesora de yoga, que no creo que consiga que muevas un dedo nunca más. La has pifiado, diñado, espichado, palmado, estás caput. Vamos, que te has muerto. Espero que Paqui se refiera a que espiran y vuelven a inspirar, porque si no habrían salido en los papeles hace tiempo.

Hay veces que la confusión aparece incluso en prensa. Así, he leído esta semana que una señora “abrazaba con efecto” a otra. Hombre, ya me habría gustado que acompañaran esta afirmación con una imagen, para ver a qué tipo de efecto se referían: si al efecto pulpo o al efecto mariposa. Aunque, bien pensado, supongo que lo que el becario quería escribir era que las señoras se abrazaban con afecto. A lo mejor fue cosa del auto-corrector, que escogió una palabra al azahar, en lugar de al azar.

Misterios de la gramática…

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