Cada vez que veo en la tele a Anachocha (o a cualquier otra presentadora) hablando de qué prendas no pueden faltar en un buen fondo de armario, me hierve la sangre. Si el traje que muestran a cámara es lo que todos calificaríamos como “soso”, hala, es un traje “fondo de armario” y no se hable más. O, si tienes una camisa blanca, es de “fondo de armario”. Pues no. Yo, las camisas blancas las tengo bien a la vista, nada de “al fondo”, porque las uso muy a menudo y se me quedarían arrugadas entre tantas cosas.
Según estos gurús de la moda más chic, lo que no puede faltar en un buen fondo de armario es lo siguiente:
- Un traje monocolor (ya sea negro o azul marino).
- Una camisa blanca.
- Una falda recta oscura.
- Zapatos de salón negros.
- Pantalones de vestir (valen los de pinzas) oscuros.
- Un abrigo oscuro.
- Un bolso a juego.
- Un little black dress: es decir, el vestidito negro sencilluco de toda la vida.
- Unos vaqueros.
- Unas deportivas.
Vale. Todo tiene que ser oscuro. Como el sobaco de un grillo. Qué tristeza más grande…
En mi casa, lo que se estila es el “fondo de nevera”. Puede que no tenga un little black dress o unos zapatos negros de salón, pero el Ketchup, la mostaza, la mayonesa, los pepinillos olvidados desde hace meses y un par de limones pochos no faltan nunca. ¡Nunca! Y, por lo que he oído en varias conversaciones al respecto, esto pasa en el 90% de las casas de este país. En una palabra: podrían dedicar horas en la tele a los verdaderos usos y costumbres de la gente y no a lo que tienen Barbie y Ken en su pisito neoyorkino.
Un buen “fondo de nevera” (ya que estamos) no puede olvidar los siguientes productos:
- Salsas varias: incluimos el Ketchup, la mostaza, la mayonesa, la chimichurri que te trajo tu cuñado de Argentina hace dos años, la salsa César que compraste al empezar la dieta y nunca abriste, la HP que compró tu “santo” y no sabes a qué se le echa y que, contra todo pronóstico, no significa lo que parece pero que luce un montón, la Bovril (también llamada “el chapapote de las sopas”), la soja que tu madre echa a todos sus platos y considera su “ingrediente secreto” y el ali-oli que te chifla y nunca es buen momento para tomar.
- Dos limones (no tres, ni uno) un tanto arrugados y con la corteza del primero a medio-pelar.
- Una lata de paté que te regalaron en la cesta de Navidad del 2005 y no ha encontrado ocasión de postín para ser abierta.
- Un bote de cristal de contenido ambiguo: eso que flota en el líquido viscoso podrían ser unas alcaparras viejas o unos pepinillos mordisqueados, pero Dios sabe lo que hay dentro.
- Una botella de vino peleón.
- Los restos de la comida de ayer metidos en un Tupper que ya no tiene tapa y cubres con un poco de albal.
- Un paquete de salchichas de Frankfurt de oferta para las emergencias culinarias. De esas que, si te da un ataque de hambre a las tantas de la madrugada, te las puedes comer crudas y fresquitas recién sacadas del plastiquillo, sin pasarlas ni por el microondas.
- Un cachito de queso, duro como una piedra, pero que no tiras por si un día te da por rallarlo sobre los espaguetis, que te han dicho que queda estupendo.
- 4 hojas de lechuga oscurísimas, que ni tocas, por si tienen nuevos inquilinos paseándose por ellas, a los que no quieres molestar.
¡Qué hambre me está entrando, Dios mío! A ver qué pillo por la nevera, porque el queso duro me lo cené ayer a mordiscos y me saltó el esmalte de un incisivo. Hoy tengo que encontrar algo blandito para mojarlo en ali-oli…
Según estos gurús de la moda más chic, lo que no puede faltar en un buen fondo de armario es lo siguiente:
- Un traje monocolor (ya sea negro o azul marino).
- Una camisa blanca.
- Una falda recta oscura.
- Zapatos de salón negros.
- Pantalones de vestir (valen los de pinzas) oscuros.
- Un abrigo oscuro.
- Un bolso a juego.
- Un little black dress: es decir, el vestidito negro sencilluco de toda la vida.
- Unos vaqueros.
- Unas deportivas.
Vale. Todo tiene que ser oscuro. Como el sobaco de un grillo. Qué tristeza más grande…
En mi casa, lo que se estila es el “fondo de nevera”. Puede que no tenga un little black dress o unos zapatos negros de salón, pero el Ketchup, la mostaza, la mayonesa, los pepinillos olvidados desde hace meses y un par de limones pochos no faltan nunca. ¡Nunca! Y, por lo que he oído en varias conversaciones al respecto, esto pasa en el 90% de las casas de este país. En una palabra: podrían dedicar horas en la tele a los verdaderos usos y costumbres de la gente y no a lo que tienen Barbie y Ken en su pisito neoyorkino.
Un buen “fondo de nevera” (ya que estamos) no puede olvidar los siguientes productos:
- Salsas varias: incluimos el Ketchup, la mostaza, la mayonesa, la chimichurri que te trajo tu cuñado de Argentina hace dos años, la salsa César que compraste al empezar la dieta y nunca abriste, la HP que compró tu “santo” y no sabes a qué se le echa y que, contra todo pronóstico, no significa lo que parece pero que luce un montón, la Bovril (también llamada “el chapapote de las sopas”), la soja que tu madre echa a todos sus platos y considera su “ingrediente secreto” y el ali-oli que te chifla y nunca es buen momento para tomar.
- Dos limones (no tres, ni uno) un tanto arrugados y con la corteza del primero a medio-pelar.
- Una lata de paté que te regalaron en la cesta de Navidad del 2005 y no ha encontrado ocasión de postín para ser abierta.
- Un bote de cristal de contenido ambiguo: eso que flota en el líquido viscoso podrían ser unas alcaparras viejas o unos pepinillos mordisqueados, pero Dios sabe lo que hay dentro.
- Una botella de vino peleón.
- Los restos de la comida de ayer metidos en un Tupper que ya no tiene tapa y cubres con un poco de albal.
- Un paquete de salchichas de Frankfurt de oferta para las emergencias culinarias. De esas que, si te da un ataque de hambre a las tantas de la madrugada, te las puedes comer crudas y fresquitas recién sacadas del plastiquillo, sin pasarlas ni por el microondas.
- Un cachito de queso, duro como una piedra, pero que no tiras por si un día te da por rallarlo sobre los espaguetis, que te han dicho que queda estupendo.
- 4 hojas de lechuga oscurísimas, que ni tocas, por si tienen nuevos inquilinos paseándose por ellas, a los que no quieres molestar.
¡Qué hambre me está entrando, Dios mío! A ver qué pillo por la nevera, porque el queso duro me lo cené ayer a mordiscos y me saltó el esmalte de un incisivo. Hoy tengo que encontrar algo blandito para mojarlo en ali-oli…
