- Bueno. No me has preguntado, pero al final solucioné lo del regalo de mi prima. Y de forma brillante, además, aunque esté mal que yo lo diga…- me susurra Paqui en plena boda de la susodicha.
- Schhh… aunque estés convencida de que hablas bajito, me apuesto lo que quieras a que te ha escuchado hasta el cura.- Y eso que no ha callado en los últimos 15 minutos. Menudo “sermón” se está cascando el colega. Sólo se oye a sí mismo. Si os digo que el monaguillo se ha debido de quedar dormido sobre la campanilla… es que tiene el cuello en un ángulo extraño. Casi inhumano. En una de esas posturas imposibles de conseguir si no estás dormido, vaya…
- ¡Calla, tonta! Pues lo que te comentaba: que le he comprado un mini cactus.
- ¿Perdona? Es que me ha parecido oír que le has regalado un mini cactus, fíjate tú qué chorrada…
- Has oído bien. Un mini cactus. Un mini cactus enano, en realidad, por redundante que parezca. Valen un carajal y me lo ha conseguido un amigo de mi vecino en el mercado negro. ¿A que es original?
- Ya te digo… jamás me hubiera atrevido a asegurar que existe un mercado negro de vecinos...
- Nooo, lo que hay es un mercado negro de frutas y plantas exóticas. Y los mini cactus entran dentro de esta categoría.
- Ya, ya… y tú estás segura de que a tu prima le va a encantar el regalo porque…- Se me queda mirando como si fuese cosa mía lo de terminar la frase. Ésta es tonta.
- …Que a ver por qué crees tú que a una novia le entusiasmaría recibir un mini cactus por su compromiso, Paqui, que no acabo de verle el sentido a todo esto- le insisto, elevando el tono más de lo previsto y ganándome una colleja de su tía Enriqueta, que se ha sentado a mi lado y me tiene mareada por los dos litros de Shalimar que lleva encima. Mecagüen las señoras mayores que se creen que por echarse botella y media de perfume pueden ahorrarse la ducha del mes. Desprende un aroma tan concentrado que parece que tiene un aura alrededor. Como si fuese una aparición mariana…
- Pues es algo exclusivo y especial. No creo que conozca a nadie que tenga uno, así que ahí lo tienes- me dice muy ufana.
- ¿Qué es lo que tengo ahí?
- La razón de mi regalo. Una planta especial para alguien especial. Punto. No hay que darle más vueltas.
- Pues tú no se las darás, pero a mí me regalan un cactus y te digo que no saco esa conclusión ni borracha.
- ¿Ah, no? ¿Y qué significado le darías tú a un cactus enano?
- ¿Yo? Pues, para empezar, pensaría que se están cachondeando de toda mi estampa. Para continuar, leería entre líneas (o entre pinchos, igual me da) que me están llamando “cardo” a la cara. Y , por rematar, me parecería que mi adorada prima me está insinuando que no sé cuidar ni a un cactus, por lo que me lo regala enano para que nadie sospeche. No sé, Paqui, pero no pensaría nada bueno. Ya me gustaría poder decirte otra cosa…
- Eso es porque tú eres una amargada insensible. Mi prima no es así. Estoy segura de que le hizo mucha ilusión cuando se lo llevaron a casa. Que la conozco… además, me han contado que regalar un cactus significa que le estás deseando fortaleza ante las dificultades a su nuevo propietario. ¿Qué más se le puede pedir a un bichito tan pequeño?
- Lo que tú digas, chata. Tú la conoces mejor, que para eso eres su prima carnal. Yo he ido a lo sencillo y le he comprado la Nespresso de la lista de bodas. Llámame clásica…
- Y que lo digas…
Pues no.
No debo de ser tan clásica, ya que he tenido la grandísima suerte de “aterrizar por casualidad” en la mesa más divertida del convite, que llevaba el nombre de “treintañeros” y agrupaba a todos los singles desesperados del bodorrio, que me han animado la velada con sus últimas tácticas de placaje y derribo del mercado de invierno y me han dejado ojiplática con las cosas que tienen que hacer para llamar la atención de las “nenas”. Si lo del pavo real y su plumaje vistoso os parecía especial, esperad a que os cuente lo de esta gente. Aunque eso es otra historia, así que la dejo para otro día...
A Paqui, en cambio, la han sentado en la mesa de tía Enriqueta.
Bueno, de tía Enriqueta, tía Encarna y tía Angustias, para ser más exactos.
¿Casualidad?
Puede ser.
Tanto como que su mesa se llamara “las cardos borriqueros” y estuviera decorada con (¡sorpresa!) media docena de cactus enanos.
Por cierto, que se las olía desde la otra punta del salón.
Dudo que la pobre Paqui recupere el sentido del olfato en los próximos 15 días, porque se le ha tenido que quedar la pituitaria atrofiada tras dos horas de comilona.
Y quien dice el sentido del olfato, dice el sentido del ridículo.
Que a estas horas todavía lo tiene por los suelos y no hay quien se lo levante.
Quién le mandaría ser original...
¡Si no sabe!