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miércoles, 12 de enero de 2011

Dame pan y dime tonta

No puedo volver a la lechuga.
Es que no sé cómo hacerlo.

Sólo con probar un bocado bajo en sal o alto contenido en fibra (del alimento que sea), mi cuerpo se descompone y le entran como sudores. Necesito mi chute de polvorón y mi rayita de Suchard para no desfallecer al final de la jornada.

¿Es esto normal?

¿Hasta dónde pueden ensancharse unas caderas de tamaño, llamémosle, “estándar”?
¿Más allá de la pared?

¿Podrían ellas solas, por ejemplo, atravesar el murete de pladur que separa mi despacho del baño? ¿Se han dado casos de “vida propia” de estas características, quiero yo saber, o hay un límite en el que tus cartucheras gritan “por mí y por todas mis compañeras” y, automáticamente, tu cuerpo vuelve a su ser para volver a empezar el juego desde cero?

¿Hay vida después del roscón de crema?
Como veis, he vuelto hecha un mar de dudas.

Estos desmanes preapocalípticos que acompañan a la Navidad son demenciales.
Una ya no sabe si lo normal es desayunar chocolate con galletas de mantequilla, mazapán relleno de cacahué, huevos fritos con chorizo, sopas de ajo y una copita de cava o si es algo que solo está permitido en la madrugada de año nuevo. O si lo de cenar dos tipos de entrantes, cuatro primeros y tres segundos platos distintos es cosa de todos los días o deberíamos limitarlo a la jamada de Nochebuena. Como todo Dios engulle alrededor a dos papos sin inmutarse, una podría llegar a pensar que en sus casas se come así a diario: a lo bestia y sin control.

Yo ya no sé qué creer...
Hmm… ¿qué ven mis ojos? Esperad un momentito…

-Suelta, sueltaaaaa, mano lagarta, suelta el turrón blando, que te va a poner los muslos a juegoooo…

Perdonad la interrupción. Ya estoy de nuevo con vosotros.
Es que tengo a las extremidades revolucionadas y haciendo de su capa un sayo.
Se creen que por haberles dado carta blanca durante una semana, todo el año va a transcurrir de la misma manera.
Angelitos…

Mi madre ya me ha lanzado un par de indirectas, por culpa de un bocata de panceta con pimientos que saltó a mi boca sin permiso la víspera de Reyes. Estaba yo tan tranquila, viendo la cabalgata en familia, cuando, de pronto, como salido de la nada, un panecillo kamikaze, haciendo un doble looping con caída al bies, se incrustó entre mis muelas, obligándome a masticar a megavelocidad y a tragar a raudoceleridad por aquello de no morir asfixiada y por miedo a que Baltasar se vengara dejándome un cargamento de carbón de azúcar. A mí. Que, como sabéis, vivo a dieta…

La cara de mi madre fue un poema. Empezó con la cantinela del “a ver si es que no puedes estar diez minutos seguidos sin comer”, siguió con el “a ver si te vas a poner hiperglucémica justo la noche de Reyes y tus niños a esperar los regalos en el hospital”, para terminar con el “a ver si te va a reventar la chaquetita que te he comprado en estas fiestas y todavía ni me la has prestado”… una gloria este villancico materno. Se ha convertido en todo un superventas estos días en mi casa… Vamos, que se me atragantó la panceta.

Con deciros que le he cogido hasta manía…
A mi madre, no a la panceta, ¿eh?
Eso nunca.

En buena hora dejé de fumar.
Me ha venido bien para no acabar a mamporros con el resto de ciudadanos-sanos o con la máquina de tabaco que se queda las vueltas, pero lo que es a mi hambre-perenne le ha venido de pena. Estoy hecha una insaciable.

Entiéndaseme en el sentido nutritivo del término.
No en el otro, ¡so guarros!

Verás el día que les corte el grifo a mis encías.
Que se aparten todos a mi alrededor, porque puedo morderles un ojo de pura ansiedad.
Y eso, ya lo aviso desde ahora, es irrecuperable.
Que para moverme, reconozco que no dejo estela.
Pero para tragar, soy más rápida que Billy el Niño.

Advertidos quedáis…


jueves, 14 de octubre de 2010

Ya vienen los Reyes...


- Mami, ¿cuánto falta para Navidad?
- Ehhh… hmmm… ¿para Navidad? Pues… como dos meses y medio, hija, ¿por qué lo preguntas?
- Porque es poco tiempo.
- Hombre, es poco… o mucho, según se mire.
- No. Es poco. Hay que empezar a moverse.
- ¿A moverse? ¿Adónde?
- A las tiendas, mami, que no te enteras. ¿No ves que hay que comprar ya el Belén y los adornos del arbolito?
- ¡Pero si ya tenemos un Belén la mar de completo!
- ¡Qué va! A Baltasar se le rompió el camello el año pasado, cuando a mi hermano se le cayó la bola Bakugan sobre el rebaño de ovejas. ¿No te acuerdas?
- Hmmm… no.
- ¿Y el pozo con agua hecha de papel albal, que íbamos a cambiar por un molino que girara, con su agüita y sus pececitos de colores, ya se te ha olvidado también?
- Pues también…
- ¿Y las bolitas del árbol que se cargó papá cuando fue corriendo al baño (porque no llegaba a tiempo) y acabó sentándose sobre la estrella, eh, eh, no te acuerdas?
- Nop. ¿Se cargó la estrella?
- Genial. ¿Y que la Virgen María era más pequeñita que el niño Jesús y me dijiste que este año compraríamos una nueva, de un tamaño mayor, tampoco te suena?
- Tampoco.
- Da igual. Hay que hacerlo y punto. El niño no puede estar sin madre… Además, tenemos pocas cabras. Muchas ovejas, pero pocas cabras. Voy a hacer una lista con todo lo necesario.
- Pero hija mía, si nunca lo montamos hasta Diciembre…
- Ya. Y siempre te agobias. Este año podríamos empezarlo antes y así lo tenemos más tiempo.
- ¿Más tiempo? ¿Quieres llenar la casa de espumillón y musgo desde Octubre hasta Enero?
- Claro. Y de brillantina. Tengo un montón de ideas nuevas, ¿te las cuento?
- No, deja, deja, que hiperventilo…
- Pues ya verás cuando veas la carta a los Reyes Magos… he cogido el catálogo de El Corte Inglés y he ido marcando todo lo que quería, para que no tengan que moverse de tienda en tienda. Así lo tienen todo juntito…
- Pero… pero… ¡si te he dicho mil veces que hay muchos niños en el mundo y que los Reyes no pueden traerlo todo, porque no dan abasto ni tienen tanto tiempo!
- Es que yo creo que esto está mal organizado desde el principio, mamá… si todos hicieran como yo y lo marcaran en el catálogo, los Reyes no tendrían que salir del centro comercial para nada. Podrían dejar los camellos en el parking y comer en el Burger King, mientras los pajes cargan las alforjas con las compras de todos.
- ¡Ay mi madre!… ¿y de dónde van a sacar los Reyes tanto dinero?
- Pues de las fotos. ¡Si está clarísimo!
- ¿De las fotos? ¿Qué fotos, cielo?
- De las fotos que se sacan con los niños en la cabalgata. ¿O es que no les pagan por posar con la túnica y el turbante?
- Ya me extrañaría…
- Bueno, no me despistes, que tengo que actualizar la lista de la compra. Es que me acabo de acordar de que la mula y el buey los usamos para rellenar la granja de playmobil que les regalamos a las primas. Mejor, así ponemos una vaca gordota con manchas negras y no la mula escuálida que teníamos.
- ¡Hija, me estás asustando, te lo digo en serio!

Bien pensado, el que se va a asustar de verdad va a ser el buey, cuando se percate de cómo se le ha puesto la parienta en un año… almadecántarus...


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